viernes, 7 de enero de 2011

"ODISEA DE VACACIONES"


¿Vacaciones? Bueno, más o menos.Cuando llegamos al aeropuerto, la empresa LAN Perú?, que es seudónimo de la LAN chilena, demostró cómo actúa un monopolio con olor a coima y a Cornejo: había vendido más pasajes que asientos y resultaba que uno de los nuestros, comprado hacía un mes y a doble precio porque se trataba de un ciudadano extranjero, había sido “revendido” a una pasajera.Una uniformada nos dijo que “nos haría el favor” de “convencer” a alguien que desistiera de volar. ¿Favor? ¿Convencer? ¿Desistir?La uniformada insistía en que se trataba de un favor. Como si estuviera en el aeropuerto de Santiago de Chile y nosotros fueramos parias pedigüeños, hermanos bolivianos.Al final, volamos.Y Tarapoto, que en muchos aspectos es tan feo y ruidoso como las dos últimas sílabas de su nombre, se abrió ante nosotros con lo mejor de sí: flores extrañas, lianas de película, árboles de sombras amplias, aves azules que la velocidad hacia negras, gritos de papagayos demandantes. Sin embargo, todo el viaje terminaría fastidiado.Del hotel Puerto Palmeras, que es de la primera respecto del cual no hay queja posible, pasamos, tras una travesía de hora y media que incluyó el cruce del Huallaga en una balsa entre precaria y pintoresca, a una filial internada en plena selva llamada Lago Lindo. El lugar es un paraíso, a pesar de los mosquitos, y uno allí entiende por qué hay lugareños que defienden tierras como esta y cuán voraz y sin escrúpulos hay que ser para venir a estas comarcas con topadoras que arrasen, taladros que perforen e ingenieros que calcules.El último día fuimos en una embarcación ligera, con motor fuera de borda, a visitar Laguna Azul, que es lo mejor de la travesía por su extensión, sus colores y su cielo surcado por la pajarería.De pronto, a lo lejos, divisamos a unos motonautas. Cuando nuestra embarcación se acercó, nos dimos cuenta de quiénes era: jóvenes patanes que querían impresionar a las muchachas que los miraban desde una lancha.Uno de esos salvajes decidió duplicar la apuesta y vino hacia nosotros. Cuando estaba muy cerca –y a unos 80 kilómetros por hora- se desvió apenas y nos rozo por la proa a menos de un metro de distancia. Si nos hubiera dado, nos habría volcado. Y ninguno de nosotros tenía chaleco salvavidas porque el botero –empleado de Puerto Palmeras- había olvidado el protocolo de ordenar que los usáramos, Después nos enteramos de que esa banda de delincuentes juveniles está plagada por los hijos de un tal Miguel Santillán, dueño de una cadena de pollerías en Tarapoto. El hotel ha emprendido una acción legal de dudoso desenlace porque en esas tierras el poder judicial padece de la misma enfermedad que lo postra en Lima: una tenaz gangrena. En todo caso, recomendamos desde aquí que nadie acepte ir a Laguna Azul si esos motonautas continúan poniendo en riesgo la vida de tanto ingenuo turista.De regreso a Lima, encandilados por el entusiasmo de PromPerú, convencidos de que el Perú avanza, fuimos a Ayacucho. Lo hicimos por tierra porque la monopólica LAN a decidido no volar a Ayacucho. Pero, claro, confiados en lo que el internet dice sobre el camino: ocho horas de asfalto terso y sin sobresaltos. Así que veríamos el duro paisaje andino desde un auto que apenas vibraría.¿Terso? ¿Sin sobresaltos?Desde el desvío de Pisco hacia “la ruta de Los Libertadores” hay, en efecto, unos pocos kilómetros pertenecientes a la civilización. El resto es infame, digno de una ruta alterna eritrea, de un camino secundario en Togo, de un carrozable de Madagascar. Es la única carretera del mundo que tiene letreros como este: “Zona de baches”. Y tal vez sea la única en la que los agudos badenes carecen de avisos y el rectángulo metálico que dice “Zona de parchados” anuncia kilómetros de huecos, desniveles, hundimientos peligrosos. Hay avisos más ominosos todavía. “Peligro de desprendimiento de rocas grandes” es uno de ellos. Lo que quiere decir es que desde ese roquerío vertical, desde esos cerros cortados a la mala y perpendiculares a la angosta carretera te puede caer una piedra que sea la última de tu vida y la de tus acompañantes. Tuvimos suerte porque salimos con vida, pero –eso sí- vimos, a lo largo del camino, cientos de pedruscos, piedras y piedrones desparramados en la pista y que muchas veces tuvimos que evadir invadiendo el carril contrario.Para cruzar esa ruta decadente tienes que pagar tres peajes, que van a parar a manos de Casa Constructores, una empresa ecuatoriana que tiene la concesión y la desfachatez de exigirte dinero por recorrer, durante cinco interminables horas, 328 kilómetros de peligro y descuido.Pero por fin estábamos en Ayacucho.Seré breve para no seguir aburriendo: Ayacucho ha dejado de existir y nadie nos lo había dicho. Es una ciudad en ruinas, una sombra, su propio fantasma. Sólo su Plaza de Armas parece ilesa. Todo lo demás ha sufrido la suma de varios comejenes: gobiernos regionales y municipios disparatados, dejadez, deterioro urbano, carencia de planeamiento, invasión del comercio y una pundonorosa falta de higiene.El primer día del 2011, por ejemplo, un olor a mierda invadió todo el centro de Huamanga. Venía de un desagüe oceánico desbordado y caído, por gravedad, desde las partes altas de la ciudad. Era un olor impropio y, según nos dijeron en el hotel, recurrente. Resulta que, por falta de presupuesto, no se ha podido ampliar la tubería de las aguas fecales. Lo que quiere decir que en Ayacucho sobra mierda y falta amor propio.¿Y este es el país que avanza sin tregua, que va rumbo al primer mundo del mismo modo que la panza de García se dirige hacia la obscenidad?Visitar Ayacucho es una lección. Y ver la vida amenazada por unos imbéciles en Tarapoto, también. Hay algo invenciblemente pasmado y retorcido en mi país.

AUTOR : Cesar Hildebrandt - Columna MATICES FUENTE : SEMANARIO CESAR HILDEBRANDT EN SUS TRECE(FUENTE:MIRANDOPUNTOSDEVISTA)


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