Había mucha expectativa. Se presentarían dos conjuntos de cumbia, de mucho arraigo, mano a mano, en la capital de la provincia, para cerrar la fiesta patronal. La plaza pública estaba abarrotada de gente. La fiesta arrancó a las ocho de la noche con la intervención del primer conjunto. La gente se arremolinó alrededor del conjunto a observar el desenvolvimiento de los músicos. A la tercera interpretación recién salieron a bailar pocas parejas. La gran mayoría solo observaba.
A las diez de la noche inició su intervención el siguiente conjunto musical. La gente ya estaba entrando en ambiente y más parejas salieron a bailar. Las cervezas circulaban con mayor frecuencia y cantidad. Luego de cada pieza, el animador habla hasta por los codos, que aburre a la gran mayoría, como si los asistentes a la fiesta se fueron por verle a él y no por bailar y observar en vivo a los músicos artistas. Los bailarines hacen muecas y gruñen en su vano intento de hacerle callar al espeso charlatán. “Antes los músicos perdían tiempo probando sus guitarras tilín, tilín, tilín, por más de media hora. ¿Por qué vienen a trabajar sin probar bien sus instrumentos en casa?”, inquiere molesto una persona madura. Luego agrega “Ahora este charlatán habla demasiado. Nosotros venimos a la fiesta a bailar, observar a los artistas y no a escucharle a este individuo”.
De pronto, el animador advierte la atención de los presentes que en este instante procederá a filmar a cada uno. Entrega el micrófono al fulano del costado y coge a una de las dos bailarinas por las piernas y la levanta, el cuerpo y la cabeza están en la parte de la espalda del animador, y la posadera de la bailarina da directo al público. El “chistoso” se mueve en horizontal, a lo largo del estrado, como si estaría filmando al público con el cuerpo de la chica. Ella se sonroja, se muere de vergüenza, se tapa los ojos con las manos. Cuando es soltada, sigue bailando junto a su compañera, procurando hacer entender que son gajes del oficio y simplemente no pasó nada. Claro, no pasó nada. En aquella intervención musical, no se encontraba el conocido propietario del conjunto. ¿Estará de acuerdo con esta actuación? ¿La chica estaba de acuerdo? ¿La chica consintió por dinero? Creo que ninguna persona en su sano juicio podría permitir ser exhibida de esa manera.
No hay flor hermosa sin observador. El observador de la belleza femenina es el varón. Una cosa es la belleza de la mujer en toda su magnitud natural; y otra forzarla a mostrar sus atributos como si fuera un vulgar objeto, destiñendo la magnanimidad de su dignidad. Si bien hay necesidad de trabajar, que se haga sin menoscabar la dignidad de la mujer. Pero, este acto impúdico no solo agrede a la utilizada protagonista, sino, ingresa al campo de la falta de respeto al público presente. ¿Las personas asisten a una fiesta social de su comunidad, llevada a cabo en la plaza pública, para ver degollar la dignidad de una señorita bailarina.(Luís A. Ordóñez Sánchez)
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