Es
un ingeniero Forestal. Hace diez años, cargado de ilusiones, se relaciona con
los “duros” de la madera, con los demás colegas forestales, en base a las
normas legales frescas, que “permitían el adecuado aprovechamiento de los
recursos forestales de la selva”, buscando la independencia laboral, mediante
la empresa familiar forestal.
Las
engorrosas gestiones administrativas al fin llegan a su epílogo, cuando
mediante resolución, se le reconoce como concesionario de 31,000 hectáreas, en
las lejanías de la selva.
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¿No te parece que es mucho
riesgo? – alega la señora.
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Es que, con el apoyo de medio
millón de dólares que nos dará el Estado, en calidad de préstamo, para iniciar
las actividades, daremos los primeros pasos, que nos permitirán avanzar con el
compromiso.
Con
los ahorros familiares, ante la resistencia de la esposa, el Ingeniero Forestal
contrata los servicios de personal necesario para dar inicio su labor, mientras
la entidad financiera disponga la entrega de los recursos económicos iníciales.
-
¿Qué hacen ustedes en mi
terreno concesionado? – pregunta el Ingeniero asombrado.
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Trabajando la madera pues
Ingeniero, lo que usted está viendo.
-
Pero, están en mi terreno. Aquí
les muestro los documentos y a mí me ha costado un mundo de dinero para
conseguir esta concesión.
-
Bueno pues Ingeniero, nosotros
aquí estamos por más de un año trabajando y ya hemos invertido más de cien mil
dólares.
-
¿Cómo se les ocurre venir a
trabajar e invertir sin hacer ninguna documentación? Estos terrenos son del
Estado y se trabaja solo si se tiene los documentos en regla.
-
Bueno Ingeniero, nosotros no vamos
a perder nuestra inversión, vamos a trabajar un año más y sacar toda nuestra
madera; además, usted nos apoyará con los documentos que tiene para que nuestra
madera sea legal; y, si usted sigue poniéndonos “peros”, la bala solo cuesta un
sol Ingeniero – el hombre se aleja, coge la moto sierra y sigue cortando el milenario
árbol de Caoba, ante la mirada atónita del Ingeniero.
De todas maneras, el Ingeniero delimitó su área, realizando el
levantamiento topográfico de más de sesenta kilómetros de perímetro.
A
su retorno informó a la esposa, quien se quedó muda. Esperó en vano el
financiamiento. Empleó los documentos contables y administrativos para la venta
de toda la madera de los invasores, sin beneficiarse con un solo centavo. Anualmente llegaba la notificación de la
deuda de 1,5 dólares por hectárea, aproveche o no. Después de casi diez años,
la deuda al Estado por ser concesionario forestal es de trescientos mil dólares,
sin haber aprovechado un solo trozo de madera.
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¿Por qué en dólares. Acaso
estamos en otro país?
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Así es con la madera. Es un
tema muy espinoso – contesta apenado. Luego agrega. – Y para terminar, le
comento, que el responsable de la autoridad respectiva de este tema, quién era
mi amigo, tenía que enviar religiosamente, vente mil nuevos soles a su jefe en
la capital de país. Y cualquier problema, solo tenía que tratarse en la capital.
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