sábado, 3 de noviembre de 2012

LAMENTO DE UN CONCESIONARIO FORESTAL


   Es un ingeniero Forestal. Hace diez años, cargado de ilusiones, se relaciona con los “duros” de la madera, con los demás colegas forestales, en base a las normas legales frescas, que “permitían el adecuado aprovechamiento de los recursos forestales de la selva”, buscando la independencia laboral, mediante la empresa familiar forestal.
   Las engorrosas gestiones administrativas al fin llegan a su epílogo, cuando mediante resolución, se le reconoce como concesionario de 31,000 hectáreas, en las lejanías de la selva.
-          ¿No te parece que es mucho riesgo? – alega la señora.
-          Es que, con el apoyo de medio millón de dólares que nos dará el Estado, en calidad de préstamo, para iniciar las actividades, daremos los primeros pasos, que nos permitirán avanzar con el compromiso.
   Con los ahorros familiares, ante la resistencia de la esposa, el Ingeniero Forestal contrata los servicios de personal necesario para dar inicio su labor, mientras la entidad financiera disponga la entrega de los recursos económicos iníciales.
El pueblo más lejano de la ciudad, era el poblado más cercano de la concesión, que quedaba a solo un día de camino por el interior del bosque. Al llegar, el cansancio pasó inadvertido por el encuentro de personas en plena faena extractiva de la “mejor madera”.
-          ¿Qué hacen ustedes en mi terreno concesionado? – pregunta el Ingeniero asombrado.
-          Trabajando la madera pues Ingeniero, lo que usted está viendo.
-          Pero, están en mi terreno. Aquí les muestro los documentos y a mí me ha costado un mundo de dinero para conseguir esta concesión.
-          Bueno pues Ingeniero, nosotros aquí estamos por más de un año trabajando y ya hemos invertido más de cien mil dólares.
-          ¿Cómo se les ocurre venir a trabajar e invertir sin hacer ninguna documentación? Estos terrenos son del Estado y se trabaja solo si se tiene los documentos en regla.
-          Bueno Ingeniero, nosotros no vamos a perder nuestra inversión, vamos a trabajar un año más y sacar toda nuestra madera; además, usted nos apoyará con los documentos que tiene para que nuestra madera sea legal; y, si usted sigue poniéndonos “peros”, la bala solo cuesta un sol Ingeniero – el hombre se aleja, coge la moto sierra y sigue cortando el milenario árbol de Caoba, ante la mirada atónita del Ingeniero.
   De todas maneras, el Ingeniero delimitó su área, realizando el levantamiento topográfico de más de sesenta kilómetros de perímetro.
   A su retorno informó a la esposa, quien se quedó muda. Esperó en vano el financiamiento. Empleó los documentos contables y administrativos para la venta de toda la madera de los invasores, sin beneficiarse con un solo centavo.  Anualmente llegaba la notificación de la deuda de 1,5 dólares por hectárea, aproveche o no. Después de casi diez años, la deuda al Estado por ser concesionario forestal es de trescientos mil dólares, sin haber aprovechado un solo trozo de madera.
-          ¿Por qué en dólares. Acaso estamos en otro país?
-          Así es con la madera. Es un tema muy espinoso – contesta apenado. Luego agrega. – Y para terminar, le comento, que el responsable de la autoridad respectiva de este tema, quién era mi amigo, tenía que enviar religiosamente, vente mil nuevos soles a su jefe en la capital de país. Y cualquier problema, solo tenía que tratarse en la capital.
   

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