En este 17 de julio, elegido hace poco más de tres años
día de la Justicia Internacional por los Estados parte de la Corte Penal
Internacional (CPI), no debemos centrarnos únicamente en la labor de este
organismo.
Es vital abordar de forma más global cómo puede obtenerse
justicia después de la comisión de atrocidades y por qué es necesario hacerlo.
En esas circunstancias, la búsqueda de justicia presenta la oportunidad de
lograr tres cosas esenciales: la reafirmación de los valores que comparte una
sociedad sobre lo que está bien y mal; la recuperación de la confianza en las
instituciones del Estado encargadas de proteger los derechos y libertades
fundamentales, y el reconocimiento de la dignidad humana de las víctimas de las
atrocidades cometidas.
La justicia penal tiene un papel capital en esos
objetivos, pero los medios para alcanzarlos no radican en los procesos
judiciales per se, sino en aplicar un abanico de medidas que imposibilite la
negación de las pautas de los abusos cometidos; es decir, que se sepa la
verdad, que se juzgue a los responsables principales, que en la medida de lo
posible se concedan reparaciones materiales y simbólicas a las víctimas, y que
se reformen las instituciones defectuosas para prescindir de los malhechores y
evitar la repetición de sus prácticas.
Durante los
últimos veinte años hemos aprendido mucho sobre cómo hacer todo esto de la
mejor manera posible, pero todavía estamos empezando. La única verdad que no ha
dejado de quedar patente es que la llave de la justicia no radica en la
retórica, en juicios esporádicos o en una única comisión de la verdad, sino en
un reconocimiento fundamental de la dignidad de quienes han sufrido. Si nos
tomamos eso en serio, lo demás vendrá más fácilmente.
La búsqueda de la justicia ha avanzado mucho en las
últimas décadas y, por tanto, en el mundo han aumentado mucho las perspectivas
de protección de los derechos y las libertades fundamentales. Ya hace tiempo
que a los responsables de asesinatos, torturas, violaciones, desapariciones y
hambrunas a gran escala se les ha advertido que no pueden esperar salir
impunes.
En parte, el Día de la Justicia Internacional consiste en
reafirmar una promesa que la comunidad internacional hizo a las víctimas: esos
crímenes no se tolerarán. Es un día en el que todos, más allá de las
ideologías, podemos insistir en lo que está bien y lo que está mal: que nunca
será aceptable hacer desaparecer a una persona porque discrepe de nuestras
ideas políticas; que nunca será aceptable violar a una muchacha porque tu
oficial te diga que esa es una especie de retribución; que nunca será aceptable
torturar a un prisionero porque sus compañeros hayan atacado a los tuyos.
Aunque estos principios son casi espantosamente mínimos,
todavía nos vemos con frecuencia
en la necesidad de defenderlos. Lo bueno es que, poco a
poco, pero con paso firme, la rendición de cuentas se está haciendo realidad. Y
que esa interpretación de la rendición de cuentas no solo se plasma en juicios
penales, sino en las casi cincuenta comisiones de la verdad que se han constituido;
en los múltiples programas de reparación aprobados en muchos países (aunque
algunos sean defectuosos), y en la reforma de la policía, la judicatura y los
organismos de seguridad e información.
Inevitablemente, habrá quienes afirmen que la justicia
internacional se ha convertido en una especie de proceso contra los Estados
africanos. Pero no debemos dejar que esta afirmación eclipse los progresos que
se están produciendo, tanto respecto a la rendición de cuentas como a nuestra
compleja interpretación de lo que significa para las sociedades lidiar con el
legado de abusos pasados.
No es este el lugar para discutir la idea de que la CPI
"se ceba con África". Pero pensemos por un momento, no en los
dirigentes africanos que la han planteado, sino en las víctimas africanas que
no pueden hacerse oír. Evidentemente, hay que criticar y combatir el doble
rasero que permite a los mandatarios de Estados poderosos escapar a la
justicia, pero si esto nos lleva a abandonar la lucha por el derecho a la
justicia de las víctimas africanas, los únicos vencedores serán los dirigentes
violentos, de países poderosos y de países débiles. Las víctimas de los
crímenes cometidos en África tienen los mismos derechos que las de otras
latitudes. La dignidad fundamental de un niño soldado reclutado a la fuerza en
la República Democrática del Congo es tan fundamental como la de un
desaparecido en la Argentina de la década de 1970, de un aldeano maya masacrado
en la Guatemala de la década de 1980 o de un torturado y asesinado en el campo
de Omarska, en la Bosnia-Herzegovina de la década de 1990.
La respuesta a esas atrocidades, cometidas en todo el
mundo, sigue siendo algo complejo. Ahora comprendemos mejor esas complejidades
y reconocemos mejor las oportunidades de reconstrucción que tienen las
sociedades si se toman en serio la dignidad de las víctimas. Por sí sola, la
justicia penal es un instrumento de alcance limitado, pero esencial en el
proceso. Si colaboramos en las iniciativas destinadas a alcanzar la verdad, las
reparaciones y las reformas, estaremos contribuyendo a que las atrocidades no
se repitan.
Hoy celebramos los avances conseguidos en la lucha por la
justicia. Recordamos las luchas registradas para llegar a este punto, las vidas
perdidas y las penurias sufridas en el camino, así como el combate constante y
silencioso que muchos siguen manteniendo. Nos reafirmamos en la reivindicación
de la justicia, el reconocimiento fundamental de lo que está bien y mal, y la
conciencia de que, sin rendición de cuentas, no hay dignidad.
Artículo publicado previamente en Al Jazeera en inglés.
Fuente: http://ictj.org
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