Una fallida reforma laboral revela los límites del
pragmatismo. A continuación compartimos con Uds. esta nota publicada por la
revista inglesa The Economist y que aparece en la edición del diario Gestión de
hoy.
Reformas. Han sido tímidos los esfuerzos de Ollanta
Humala por hacer reformas estructura
Ollanta Humala es la veleta política de América Latina.
En el 2006, el exoficial del Ejército fue candidato a la presidencia del Perú
(y perdió) como simpatizante de Hugo Chávez, siendo su campaña financiada en
parte con dinero venezolano.
En el 2011, Humala volvió a postular, esta vez como
discípulo del expresidente brasileño de izquierda pragmática, Lula, y
exhortando a “una gran transformación” en el país.
Para ganar la segunda vuelta electoral de ese año, Humala
se inclinó más hacia el centro con la promesa de mantener las políticas
económicas liberales que ayudaron a dar al Perú la mayor tasa de crecimiento
entre las economías más grandes de América del Sur durante la década anterior.
Y eso es lo que ha venido haciendo en el cargo, aunque
hace poco se ha inclinado hacia una especie de populismo moderado de
centro-derecha –el modelo predeterminado de la política peruana desde la década
de los noventa.
Su gobierno tiene una calidad esquizofrénica. Se ha
caracterizado por un trasfondo de intriga y una inestabilidad superficial
–Humala ha tenido seis primeros ministros e igual número de ministros del
Interior.
El escándalo más reciente implica acusaciones de líderes
de la oposición y algunos antiguos partidarios del presidente que afirman haber
sido espiados.
El actual ministro del Interior, Daniel Urresti, es un
general retirado del Ejército que está siendo investigado por el asesinato de
un periodista durante la guerra contra el grupo terrorista Sendero Luminoso en
los años ochenta.
Urresti ha ayudado a elevar la aprobación presidencial al
comportarse como un jefe hiperactivo de la policía, buscando siempre titulares
incluso cuando la delincuencia empeora.
Al mismo tiempo, Humala ha designado a un núcleo de
tecnócratas capaces de ejecutar políticas socio-económicas. Su gobierno está
llevando a cabo una reforma de las escuelas públicas, en tanto fomenta la
innovación y la diversificación de la economía. Además está tratando de liberar
los proyectos para nuevas carreteras y líneas de metro de la burocracia que los
ata a la mesa de diseño.
Tales esfuerzos son urgentes y deben seguir adelante. El
fin del auge de los commodities ha afectado mucho al Perú. La economía creció
2.4% el año pasado, menos de la mitad de la proyección del Gobierno. El
ministro de Economía y Finanzas, Alonso Segura, reafirma que el crecimiento
repuntará hasta 4.8% en el 2015.
Pero no hay razón para creer que el desempeño será mucho
mejor que el año pasado. La caída del precio del cobre, la mayor exportación
del Perú, compensará las importaciones más baratas de productos derivados del
petróleo. La inversión pública se ralentizará porque los nuevos alcaldes y
presidentes regionales aún están pensando cómo hacer su trabajo.
Las previsiones del Ministerio de Economía y Finanzas
(MEF) han perdido credibilidad, luego de haber diagnosticado erróneamente un
choque estructural permanente como una falta temporal de demanda. El MEF
inyectó dinero en la economía el año pasado, con recortes de impuestos y
bonificaciones adicionales para los trabajadores públicos con salarios más
bajos.
Esto habría sido gastado de mejor manera en atraer mejores
maestros y administradores: la falta de financiación adecuada está socavando la
reforma de la educación y otra dirigida a la profesionalización de la función
pública. Pero Humala ha bloqueado esto por temor a las críticas en contra de
los aumentos salariales para funcionarios públicos de alto nivel, según una
fuente con información privilegiada.
Si bien Humala admite la necesidad de reformas
estructurales, sus esfuerzos han sido tímidos. Dos tercios de los peruanos
trabajan en el sector informal, privados de toda protección laboral. Ante el
temor de la oposición sindical, el presidente vetó el plan del equipo económico
de liberalizar la legislación laboral extraordinariamente rígida del Perú.
En un país que ha perdido la fe en sus líderes políticos,
el índice de aprobación de Humala de alrededor de 30% se compara favorablemente
con el de sus predecesores en la misma etapa de sus mandatos. En el 2011, su
coalición, llamada Gana Perú, ganó 47 de los 130 escaños en el Congreso.
Pero sus legisladores fueron elegidos en su plataforma al
estilo Lula; 13 han desertado, ya sea a causa de su cambio hacia la derecha o
por intrigas palaciegas. Humala corre el riesgo de perder el control de la
Legislatura en los últimos 18 meses de su gobierno.
Por desgracia para el Perú, esto significa que es poco
probable que el país consiga las reformas que necesita para hacer frente al
panorama económico más difícil que ahora enfrenta. Hoy en día en América
Latina, el Perú no está solo en esto. Cualesquiera que fueran sus fracasos en
la lucha contra la corrupción, Enrique Peña Nieto, de México, con sus
ambiciosas reformas en energía y telecomunicaciones, se destaca como una
excepción.
“No es por casualidad que las reformas son tan
difíciles”, dijo Fernando Henrique Cardoso, quien promulgó muchas de ellas como
presidente de Brasil en los años noventa. Las reformas requieren convicción,
comunicación y la movilización de los posibles ganadores, por lo general un
grupo más difuso que los perdedores. En este aspecto, Humala está decepcionando
a los peruanos.
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